Mi sexo (Miguel Ortega)
Soy sexuado hermosamente.
Tengo un santo orgullo de mi sexualidad.
No importa que haya crecido con temores,
con vacíos, con misterios, con mentiras,
con tabúes y silencios.
No importa que se tiñera todo, o casi todo,
como algo prohibido o temeroso,
e incluso con una cierta dosis de pecado.
O que se hablara de sexo a cada rato.
O que nunca se tocara el tema.
¿No importa?
Es decir: ¡Importa mucho!
Mi forma de ser, de pensar, de reír,
de actuar, de orar y de reaccionar
manifiestan claramente mi sexualidad.
Soy consciente de que no "tengo" un sexo
sino que "soy" sexuado ahora y totalmente.
Lo que yo puedo hacer hoy día
es procurar vivir mi sexualidad con mucha paz.
Sin miedos. Sin complejos. Sin temores.
Para ello sabré valorar lo que aprendí
y procuraré rescatar con especial cariño
lo que de ella quedó herido.
Hay muchas cicatrices
que me van acompañando.
Hoy amo el silencio sorprendido
de mi crecimiento desde niño.
Amo mis descubrimientos,
mis caídas reiteradas,
mis exploraciones temerosas,
mis complicidades y misterios,
mis aprendizajes progresivos.
Amo mi fantasía,
mi imaginación, mi sueño,
mi entusiasmo juvenil
y mi sufrida serenidad de hombre adulto.
Creo que nos falta libertad y amor
para poder vivirnos sexualmente.
No puedo imaginar a Dios indignado
por los tropiezos de un adolescente.
No puedo pensar que Dios se enoja
por la mirada juvenil de un cuerpo ajeno.
Tampoco lo imagino como un acusador
de nuestras búsquedas de equilibrio
y de las caídas a lo largo del camino.
No. No lo puedo pensar así.
Dios es sanador de las heridas humanas.
Creo que Dios con su humor característico
ama nuestra sexualidad,
la entiende y la acompaña.
Mal que mal, él es su inventor.
Creo que Dios ama el beso,
la caricia, el juego, la excitación,
y el orgasmo majestuoso
del amor de una pareja
que él mismo ha bendecido.
Dios no es frívolo ni erótico.
Dios es amor.
Y punto.
Me encanta ese Dios
que modeló con sus manos
mis órganos sexuales.
Me encanta el Dios del amor
que hizo surgir mi vida
de la amorosa entrega de mis padres.
Me encanta ese Dios de Jesucristo
que descubre el amor en una prostituta
y que perdona con cariño a una adúltera,
sin echarle en cara su pecado.
Me encanta Dios
porque no es cerrado, ni moralista,
ni leguleyo, ni neurótico,
sino que es liberador de esclavitudes,
y amoroso con cada ser humano.
e encanta mi sexualidad,
mi ser masculino o femenino,
mi torpeza o mi delicadeza,
mi maneras de reaccionar o de pensar,
mi huella profunda,
mi silencio,
mi misterio oculto.
Amo mi sexualidad y sus problemas.
También a veces los sufro silenciosamente.
No siempre yo soy libre.
También soy esclavo y conozco la derrota.
Entiendo que mi sexo
no es una "república independiente"
de mi cuerpo.
Entiendo y afirmo
que, al igual que mis manos y mi cabeza,
mi sexo está sometido
a mi voluntad, a mi inteligencia y a mi amor.
Desde la punta de mi cabeza
hasta la punta de mis pies
soy sexuado enteramente.
Creo que mi sexo
está al servicio de mi amor.
A veces yo lo quisiera independiente.
Pero no. Sé que no es posible.
Sé que mi tarea es ser yo dueño,
señor, maestro y conductor de mi sexualidad.
Yo mando.
Ella me obedece.
Vivo para amar.
Mi sexo es mi mejor ayuda.