Veinte minutos de fama
Capítulo II
Salvador y asesino
Era costumbre entre sus colegas jugar en las horas libres para matar el tiempo.
En las largas y agotadores noches en la clínica, mientras todo estaba en calma y en silencio, nada mejor que echar una partida de dominó, una ronda de póker, o un juego de billar con los demás médicos de turno.
Aquél día había sido particularmente agotador para Ignacio Leprouter.
A lo largo de su profesión, recordaba cada cara triste o dolorida tan bien como las felices, cuando todo iba bien y su paciente se recuperaba satisfactoriamente de sus heridas y problemas.
Pero en ese momento no estaba para pensar en su trabajo.
Por primera vez en años su turno de noche estaba libre.
Al parecer, el destino quiso que nadie se enfermara ni se accidentara esa madrugada, para que él obtuviera su merecido pasatiempo y descanso.
Se reunió con sus colegas en el piso doce del hospital. Frente al ascensor, se hallaba una puerta negra con una manilla dorada, limpia y resplandeciente. A juzgar por su limpieza, daba la impresión de que no muchas manos la habían tocado.
Y eso tenía una explicación lógica.
¿Quién iba a entrar en ese cuarto? Nadie tenía tiempo de entrar ahí, por mucho que se deseara.
El oficio pocas veces dejaba la oportunidad de ir a distraerse al doceavo piso, a su salón con puerta negra y con manilla dorada.
Un hombre de cabellos plateados y barba blanca, el más viejo de los médicos allí presentes, abrió la puerta solemnemente.
Entraron en fila india, uno a uno, con el rostro agotado y con ojeras, pero alegres de poder distraerse de sus labores y divertirse, aunque fuese por un rato.
Ignacio iba al último, y se encargó de cerrar la puerta para no molestar con el ruido a los pacientes del piso de abajo.
Durante más o menos una hora en la clínica reinó absoluto silencio.
Todos los pacientes hospitalizados dormían profundamente.
Solo una mujer mayor, gravemente herida y alojada en cuidados intensivos, despertó.
Abrió los ojos en medio de la oscuridad de su habitación, percibió el olor que tanto conocía (el de las clínicas), y apenas quiso bajarse de la cama para ir al baño, escuchó la voz de su médico tratante, un piso más arriba:
- "Dos pájaros de un tiro. Sigamos con los demás"
Volvió a dormirse, extrañada.
Pasó otra hora.
Una enfermera rondaba por los pasillos del doceavo piso.
Subió al ascensor, y antes de que las puertas metálicas de este se cerraran, vió que la puerta negra de enfrente se abría, para dar paso a cinco médicos fastidiados y cansados, y otro sonriente y animado.
- Gané, señorita Francisca, ¿qué le parece? - le dijo alegremente a la enfermera.
Sin esperar respuesta, subió al ascensor.
Ella lo miró sonriendo tímidamente
- Años que no jugaba. Pero ya ve usted, el pool no se olvida.
Y diciendo esto, le guiñó un ojo, y caminó con paso firme a su oficina..