viernes, 2 de enero de 2009

Todas las noches ponía la almohada a lo largo

Todas las noches ponía la almohada a lo largo, la abrazaba cerrando los ojos, tratando de imaginar que no era una almohada, sino que era él que dormía con ella, que era feliz con ella. Y se sumergían en sueños donde eran felices, y cruzaban la adolescencia juntos, y vivían la adultez juntos, y morían juntos. Pero cuando despertaba a la mañana siguiente la luz del alba le mostraba claramente que no era él, sino su almohada, puesta a lo largo de la cama, aún abrazándola como cada noche antes de dormir. ¡Cuántas veces le había declarado su amor! Era algo que ella no recordaba. Y él siempre con su insensible respuesta, con su sangre fría, con su maldita negativa, con su incesante temor a amarla. Porque eso es lo que era. Temor. Ella sabía que había algo en él más allá de la apariencia de no sentir nada por ella. Sabía que algo le debía provocar, que no era una amiga más para él. Y quizás fuera por todas las veces que le declaró su amor. No. No era por eso. La vida los había juntado para más que una buena amistad. Ella lo sabía, y el también, o al menos eso quería creer. No, no lo creía, estaba segura, completamente segura. Tarde o temprano él se daría cuenta de que en el fondo de su corazón sí sentía algo por ella. En eso se aferraba para no caer, presa de la pena de su amor no correspondido. “Y es que cuando se está triste por alguien, la única solución es pensar que algún día ese alguien nos hará felices”. Leía esa frase todos los días, frase que ella misma había inventado en alguna tarde de llanto. Se juntaban, se veían, se reían. Él la quería. Tanto como se puede llegar a querer a una persona. Pero ella lo amaba, y detrás de esa hipócrita risa y felicidad se acumulaba una horrible pena, que tendría que esperar para salir de ahí. Sólo podía llorar en su pieza, encerrada bajo llave. Y quizás fue una de esas tardes de angustia cuando decidió olvidarlo, tratarlo como al amigo que siempre fue, obstaculizando todo sentimiento amoroso.
Nunca más lloró por él. Toda la pena se transformaba en alegría, alegría de que fuera su amigo, de poder estar y de reírse con él. Lo suprimió de su corazón. Se fijó en otros hombres, salió con varios, besó y logró querer de nuevo.
Y quizás logró olvidarse de él. Quizás, porque ella, sin saber por qué razón, todas las noches ponía la almohada a lo largo y la abrazaba cerrando los ojos.

4 comentarios:

Anónimo dijo...

Linda forma, esa que te conté, de escribir desde el sexo opuesto.. nos ayuda a entendernos, a respetarnos..
Creo que la vida está hecha de amores de amigos, pero más de personas.. yo siempre digo, que cuando me conecto con alguien me llega al alma, y eso es más lindo que las etiquetas que los humanos le damos a las cosas.
Me llegaste al alma.. y eso te lo diría una y mil veces, como dice la historia.. Te quiero
Chica

Anónimo dijo...

esta muy bueno nico. que bacan que puedas expresar lo que sientes escribiendo, no es mucha la gente que puede hacer eso... aprovechalo.
ojala te vea oidia un ratoo siesque te animas
un besoo, te quiero!
conchu

Josefina dijo...

Nicolas! exelente. Me gustó mucho.
Aqui te escribo pa que veas que si tienes lectores :-P
Espero tu próximo escrito.

besos

cata dijo...

Orale! mm.. tengo predeterminadas algunas frases para comentar. Estuvo soberbio. Me pregunte un rato antes que dimensiones tenian la almoada y si a lo mejor indirectamente amó a la almohada q utilizó cmo suche para su reprimido amor no correspondido (debio haberse sentido usada la pobre cada noche). Respecto al joven indiferente tengo la ezperanza de conocerlo no creo q esa anatomia sea un patron común (de almohada ya sabes) como sea hay de todo en la viña del señor (frase predeterminada). Bueno ya termine, me estoy inspirando en hacer un blog para comentar xq acabo de escribir un testamento eterno. Ya listo eso es todo. Fin