Se hace más corto el camino aquél
Era muy entrada la madrugada y caminaba solo soportando el inusual frío de una noche de verano, tratando de vencer el miedo que le provocaba la soledad y el silencio en esas calles aparentemente desiertas. Prendió un cigarro para entrar en calor y calmar los nervios, tarareó una canción que ya tenía pegada desde hace varios días, aunque no recordaba de dónde la había escuchado. Se agachó a dominar los rebeldes cordones que se le desabrochaban todo el tiempo y apuró el paso. Pensó en acortar el trayecto doblando por un oscuro atajo, pero prefirió el camino largo, más iluminado y seguro. Y fue por el camino largo que de repente apareció ella, con su andar alegre y despreocupado, que se le acercó y sin decirle ni una palabra, comenzó a caminar junto a él. No le importó su presencia, más bien era una grata compañía. A ratos ella se detenía para examinar las cosas que andaban tiradas por ahí o para quedarse mirando a los pocos autos que pasaban, mientras él seguía caminando imperturbable. Por escaso tiempo se abandonaban, pero ella siempre corría a alcanzarlo cuando veía que no se detenía a esperarla. Pensaba que era una locura su afán de estar con él, ya que no tenía nada que ofrecerle, nada que decirle, nada para recompensarle su compañía. Pero a ella no parecía importarle; simplemente lo seguía porque ella no tenía rumbo, y él parecía saber a dónde ir. Se dijo que la invitaría a pasar a su casa para que comiera o bebiera algo, no podía ser tan ingrato después de caminar juntos tanto tiempo. Sin embargo, aún no se decían nada, ni un saludo, ni una palabra, sólo tenían sus presencias que a ambos les hacía sentir mejor. Quedaba poco para llegar a su destino. Se dio vuelta, y observando su pelo café, sus ojos negros y su andar saltarín, le dijo que ya no faltaba mucho y que podía pasar con él a beber algo, porque la sed se imponía después de tan larga caminata. No le respondió, (él tampoco esperaba que lo hiciera), pero sabía que querría, ya que seguía a su lado caminando leal e incansablemente. Metió la llave y abrió la reja de su casa invitándola a que pasara. Pero ella ya no estaba junto a él. La buscó por los alrededores, hasta que por fin la vio: corría hacia un hombre sentado en el recinto de una bencinera y que la llamaba silbándole. Se había ido y no mostraba interés en regresar, se había ido de su lado para siempre, después de haber combatido juntos el frío, la sed y el cansancio. Tardó en darse cuenta de que ya no la vería más, pensó en el agua que ya no podría ofrecerle y en el pan que ya no tendría necesidad de ir a buscar. Aquella perrita café, de ojos oscuros y de andar despreocupado no volvería a acompañarlo nunca más en la soledad de sus caminos.
2 comentarios:
jajajaja, igual era tierna la perrita, lástima el susto que se llevó cuando se topo con la gárgola de mi hogar.
Muy bueno!!
Bern.
jajaja está lindo.. me gustó!
:)
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