martes, 15 de diciembre de 2009

¡Esa es la mía!

Deben haber habido unas quince o veinte, todas realmente insinuantes. Entre las que más me atraían estaba la morena (bastante bronceada), y la pálida por ser la más grande de todas (aunque de apariencia fría como el hielo, pero de esas que uno se da cuenta que con el tiempo se ablandan y se transforman en las preferidas por todos). Me costó decidir cuál prefería más, pero al fin opté por mi blanquita (me llevaría más tiempo, pero me pareció que era la adecuada). Me paré a su lado sin dejar de observarla, mientras algunos individuos la miraban con cara de querer apropiarse de ella. Dije en voz alta que me pertenecía, que nadie se atreviera a ponerle un dedo encima porque era mía, yo la había escogido de entre todas y ya llevaba mucho rato esperando que su corazón se ablandara como para que otro osara entrometerse entre nosotros. Las otras parecían listas, dispuestas a entregarse al primero que intentase acapararla, radiantes con sus quemados en tono fascinante. Yo la esperaba ansioso, mientras sus amigas iban desapareciendo, cada cual entregada a las bocas de sus respectivos hombres. Después de mucho rato mi blanquita decidió entregárseme, ya estaba lista... aunque de blanquita ya no le quedaba nada. Estaba como las otras, en tono café y causaba sensación ya que era la última de todas, la única que no tenía pareja y, por lo demás, la más deseable. Mientras tres o cuatro tipos se arrimaban hacia ella intentando robármela, sigilosa pero rápidamente la tomé y me la llevé a un lugar seguro, lejos de los ladrones y oportunistas. Por fin la tenía, era mía. Justo cuando la estaba admirando y ya sentía ganas de tirármele encima, se acercó un sujeto a interrumpir mi momento de gloria. Me preguntó dónde había conseguido una como ella. Le dije que no quedaban, se las habían llevado a todas. Al verlo irse decepcionado, me di cuenta que ella le pertenecía porque la deseaba más, al parecer yo no tenía tantas ganas de poseerla como el tipo que me estaba interrogando. Decidí cedérsela, a pesar de todo lo que tuve que esperar para tenerla. Lo llamé y le dije que era suya, que podía quedársela, que yo ya no la quería. Se puso feliz, me dio las gracias y se fué contento a entablar conversación a otro lado. Total, no me costaba nada ir y poner a descongelar otra salchicha a la parrilla.

6 comentarios:

chus. dijo...

me encantaron estos cuentooooos!!!!

Anónimo dijo...

Buenisimo.

Manolo dijo...

BRAVO

Anónimo dijo...

weno weno
:D


Moya

Andrés Montero dijo...

Ja ja ja buenísimo, podríai mandarlo a alguna revista o algo así...

Fernanda Núñez dijo...

creo que ya te lo había dicho.
me gustó mucho este cuento!

saludoss!!